Reseña de Slayer en Colombia 2011

SLAYER
HYBRID MINDS

Bogotá, Palacio de los Deportes
Martes 14 de junio del 2011

EL DIABLO NO TIMA

Pagar una boleta por ver a Slayer es apostar a lo seguro. A veces sucede que la película que tanto has esperado y a la cual hasta invitaste a tu pareja resulta deplorable; cruzando las puertas del multiplex el deseo de regresar a ventanilla y exigir el reembolso del dinero es enorme. Y luego vas al estadio y tu equipo juega con la misma actitud que tendrías en tu trabajo cuando no te han retribuido cuatro quincenas. Y sientes que burlaron tu buena fe; nada vale la pena. Por eso reitero que pagar una boleta por ver a Slayer es ir a la fija. ¿Qué no está el guitarrista original? ¿Qué el cantante fue operado y ya no se sacude en tarima? ¿Qué su último disco es flojo? Paga la boleta mi amigo, no seas como esa escoria que rompiendo mallas y vidrios se autodenomina “verdadero metalero”. Te garantizo que al final del show saldrás renovado, con una sonrisa desmesurada y tu alma purificada. Todo lo que no logró el celuloide, el “artillero” o Duque Linares te lo proporcionara esta banda. Porque simple y llanamente son los putos Slayer.


Caída la noche en los alrededores de Palacio de los Deportes se respiraba el impaciente ambiente que conlleva una cita de este calibre. Por supuesto que ya estábamos advertidos, cinco años atrás los californianos habían sido una autentica apisonadora ante los privilegiados testigos. Una deuda finalmente cancelada tras un cuarto de siglo de espera. Pero la sed de música endemoniada resurgió pronto y no veíamos la hora de que el cuarteto anunciará un nuevo periplo por el sur del cielo ¿o del infierno? La cosa se dilataba, grabación del siguiente disco, los problemas lumbares de Araya requirieron cirugía, luego una gira por Norteamérica, más tarde Europa y después una reunión con Megadeth, Anthrax y la otra banda que siempre viaja en limusina. Parecía que nos olvidaban, lo peor estaba por llegar. Un arácnido inyectó su ponzoña en el brazo de Hanneman, el tipo empezó a despellejarse y urgió un tratamiento más el consabido reposo. No obstante el diablo sabe como hace sus cosas y en el punto más duro las ansiadas fechas lucieron en la web oficial. El despiadado martes nos llegó.


Esperando mi ingreso se apreciaba el estruendo que los nacionales Hybrid Minds hacían puertas adentro. Conversado con colegas de fiar, el balance sobre el aporte capitalino fue resaltado como meritorio y prometedor. ¿Cuál es el problema de un sector de la mal llamada escena con las bandas nuevas? ¿No se han hartado de mirar los mismos insultos por el micrófono, los mismos riffs, el mismo “tupa tupa” y las mismas muecas en escena por veinte años? Ya se acerca Rock al Parque para vivir esos Déjà vus por ahora démosle la oportunidad a la sangre fresca. Siempre he considerado que esa montaña de reproches hacía los organizadores cuando convocan a una agrupación diferente provienen de aquellos que no les importa el concierto, ni la música nacional, es solo una patética consecuencia del ocio en la internet.


A minutos de las ocho de la noche las luces se tornaron rojas, Slayer estaba en casa. La casa que abarrotaron un lustro atrás y que en esta noche respondió de igual forma porqué los cinco mil dispuestos conocían la garantía expuesta en el primer párrafo. Por derecha el ultra tatuado Kerry King lucia amenazador ¿cuándo no lo ha sido?, por izquierda el convidado de lujo Gary Holt de Exodus se hacía cargo de la vacante dejada por el rubio incapacitado. Al fondo, incrustado entre todos esos platos y tambores el maestro de la percusión Dave Lombardo estaba dispuesto y por el frente el melenudo Tom Araya comandaba la tropa, calmo en inicio, colérico en segundos. Acordonados por peligrosos amplificadores Marshall y enmarcados en su tradicional logo de sables que fue usado como telón de fondo donde resaltaban distintos colores. A bien estábamos en el paredón, podían masacrarnos.

La infernal sesión arrancó por lo más fresco, así “World Painted Blood” y “Hate World Wide” irrumpieron con las cabezas sacudiéndose como en terapia colectiva de choques. Yo no oí ni sintetizadores, ni fraseos hip hop, ni una lírica demandando gasolina para hundir el acelerador del carro. Los que acusan a “World Painted Blood” de ser un álbum regular o se quedaron sordos o echan de menos el Love Parade. Vamos a los clásicos, partiendo con una lacerante “War Ensemble”, secundada por “Postmortem” y culminada por la visceral “Temptation”. Más créanme, se podía tocar aun más veloz, alientos cortados para “Dittohead”, siempre con las revoluciones al máximo, ejemplo de que la banda va sin bozal. Con riff más cadente cayó “Stain of Mind” del infravalorado “Diabolus In Musica”. Pagaron deuda “Disciple” junto a “Bloodline” por el encarnizado “God Hate Us All”.

Araya pese a evidenciar el paso de los años se sostiene como un vocalista decidido, llevando la garganta a donde solo la ira conoce y aportando las líneas de bajo que requiere el galopar de un sujeto de la casta de Lombardo. La cirugía a la que fue sometido el chileno hace año y medio le ha impedido hacer el tradicional “headbanging”, pero la puesta al remate de la canción con una sonrisa y cero discursos es cuanto menos imponente. La tripleta “Dead Skin Mask”, “Hallowed Point” y “The Anticrist” rememoraron el periodo pre año década de los noventa. “Americon” de la nueva cosecha tiene un trabajo más depurado en vocales y no desentona como abrebocas a la más rauda de toda la noche: “Payback”. Todos estos tipos están por desembarcar en el cincuentenario y suenan más cabreados que tanto jovencito con las hormonas apurando.


La recta final fue a sangre fría, sin pausas, sin masturbaciones instrumentales o interpretando fondo del catalogo. Los títulos “Mandatory Suicide”, “Chemical Warfare”, “Ghost of War” y “Seasons in the Abyss” espero sepan explicar al lector por si solos la convulsión de espectáculo que experimentamos. Adornando la masacre sonora constantes flashes se entrelazaban con explosiones de luces; otras veces lucían tonalidades rojizas o profundos azulados, toda una visual auspiciada por abundante humo. “Snuff” fue otra dosis del último disco y sobrevino una ligera pausa. Momento para tomar algo de aire y enfrentar el incisivo desenlace.

Las guitarras reanudaron el ataque con “South of Heaven”, seguida por el obligatorio “tum-tum-tum” que desemboca en el sanguinario “Raining Blood” y de postre “Black Magic aunada a “Angel of Death” cantando el fin de la velada, también nuestro tiro de gracia y redención. Araya alzó la cámara pidiendo un saludo para su hijo cumpleañero, King levantó los brazos a modo de campeón y Lombardo satisfecho dejo caer un par de sus palillos. Holt más discreto agradeció con la certeza de la misión cumplida. El miembro de los bay thrashers Exodus hizo un decoroso trabajo supliendo a Hanneman al punto que no se le echó en falta al momento de ejecutar los solos.


Concierto devastador, calidad como el auditor aspiraba y oídos para zumbar toda la noche. Aquí no hubo serpentina, volcán de bengala o sugestiva chica que inclinara la balanza del buen gusto, esto es el metal demoledor que muy pocos pueden ofertar. La banda que nunca cambió, la banda que nunca se vendió… el diablo no tima, y menos si nos entretiene con los putos ¡Slayer!

Alejandro Bonilla Carvajal