Reseña Ozzy Osbourne en Colombia

OZZY OSBOURNE
THE BRAND NEW BLOOD
SIGMA

Bogotá, Parque Metropolitano Simón Bolívar
Sábado 16 de abril del 2011

YO REINARÉ

Y finalmente sucedió. Hubo que editarse decenas de álbumes de tan insigne personaje, concretarse varias giras que ningunearon a este sufrido país, escuchar miles de historias acerca de su trascendencia para la música moderna, y todo esto por no mencionar a tantísimas agrupaciones que nos han visitado y que sencillamente no existirían de no ser por este hombre. Quien considere el apelativo de “padre del metal” desmesurado bien puede cuestionarse en qué momento se subió al bus del rock duro o si lo mejor sería optar por tendencias más reposadas. El “madman”, “el príncipe de las tinieblas” o “aquel figurín que devora murciélagos y protagoniza comerciales con Justin Bieber” según nuestra patética prensa nacional, estaba aquí y para quienes veneramos el heavy metal este es el equivalente a que él jodido papa venga a besar nuestro suelo.



Como es habitual dentro de los espectáculos programados en el inmenso campo del corazón de la capital, se dispuso un vasto operativo policial y logístico. Conociendo los intereses de las manzanas podridas del rock por incursionar con violencia en este lugar, uno termina por asimilar que se les contenga con las mal llamadas “fuerzas del orden”. Empero ¿se hace necesario acordonar el área por tantas cuadras obligando al asistente a emprender una extensa caminata poco prevista? ¿Es perentorio realizar minuciosas requisas y efectuar controles de alcoholemia? La inquietud va en que para nadie es un secreto que una vez iniciado el show cada dos minutos la emoción se ve interrumpida por todo tipo de gentes ofreciendo desde chicles hasta aguardiente. ¿La medida en las puertas es en definitiva de seguridad o de arrastrar al rockero a nivel de malhechor?



Un hecho lamentable que no podemos dejar a un lado en este artículo fue la fusión a último momento de las localidades VIP con Platino. No es justo desde ningún punto de vista que a las personas que hacen un esfuerzo por adquirir sus entradas para estar lo más cerca posible del artista se les ubique de buenas a primeras con quienes pagaron un precio menor (100.000 pesos de diferencia). Este atropello ya se había presentado en el pasado show de Scorpions y aunque la molestia estuvo mitigada por argumentaciones en la letra menuda dispuesta en la cara opuesta de la boleta (donde se estable de manera unilateral que el organizador puede cambiar el sitio, la hora, el día y la posición de los espectadores según su acomodo), no dejo de pensar que esto es totalmente contraproducente. Los empresarios saben que ofertar rock aquí no es una tarea sencilla, los onerosos impuestos hacen que el precio de las boletas se dispare y la abarrotada agenda de conciertos no da pie a fallos. Por lo tanto jugar así con la gente solo conlleva a la apatía, a esperar hasta el último momento para adquirir el boleto de acceso y en el peor de los casos de manos de un revendedor. Si determinada localidad no da el rendimiento proyectado en las taquillas es mejor abortarla, devolver el dinero a los abonados y evitarse un más que inobjetable reclamo.



The Brand New Blood y Sigma tuvieron la responsabilidad de encender los motores. Es bien sabido que la calidad en el sonido para los actos nacionales por lo general se sitúa peldaños por debajo de la que goza el artista extranjero. Sin embargo estos dos nombres tienen oficio en semejantes lides, por lo tanto pudieron suplir los decibeles faltantes con actitud, talento y entrega. Eso sí, no faltaron las acusaciones de “rosca” hacia estos teloneros por parte de la siempre insatisfecha parroquia rockera. Seamos honestos, si el grupo es principiante es “rosca” porque no los conoce nadie, si el grupo es repitente es “rosca” porque no se le da la oportunidad a otros y si el grupo no suena como el cabeza de cartel es “rosca” porque no se comprende como los llamaron a una cita que nos les pertenece. Quizás lo que muchos anhelan es tener una banda haciendo covers del artista invitado y así no tener lugar para los anteriores reproches.



Tras la retirada de Sigma los minutos se hicieron eternos. La desmedida expectativa por ver a la leyenda viviente de una buena vez era patente, más aun cuando el clima invernal con amenazantes nubarrones no había dejado descender ni una sola gota sobre nuestras cabezas. Ocho menos diez, confinado en telones negros y seguido al detalle por dos pantallas gigantes aparece el monarca de la oscuridad para saludar a sus súbditos. La algarabía ante la hechizante estampa del veterano cantante fue generalizada y con los corazones latiendo presurosos era el momento ideal para el arranque con un potente “Bark at the Moon”. Ozzy aullaba como un lobo bien escoltado (¿cuándo no lo ha estado en cuatro décadas de carrera?), a su derecha el bajista Blasko junto a Adam Wakeman se encargarían del bajo y teclados respectivamente. Atrás aparecía un sólido baterista como lo es Tommy Clufetos y por la izquierda el nuevo miembro de la familia, el guitarrista Gus G.

Osbourne se lanzó a continuación sobre el cacareado sencillo de su más reciente disco “Let Me Hear You Scream”, una producción que pasa la nota raspando y que con tan ganchera pieza de seguro se echó al bolsillo a los más novatos que maman el cuantioso legado de este caballero a través de la flácida radio local. Luego vinieron los ya conocidos cubos de agua sobre su humanidad y los gestos de poseso que deleitaron a las ocho mil almas reunidas. Prosiguió la siniestra “Mr. Crowley”, si, con sus sintetizadores, la guitarra que llama al fantasma del genial Randy Rhoads y el aura satánica que desprende la garganta de este demente cuando se lo propone. Pese al protagonismo que ejercía Ozzy mientras lavaba a las primeras filas con una manguera, muchas retinas se desplazaban constantemente sobre el diapasón del griego Gus G. Finalmente ocupar el puesto de guitar heroes como el citado Rhoads, Jake E. Lee o Zakk Wylde no es misión para cualquiera.



El propio Gus G dio la partida a “I Don´t Know”, donde el publicó participó con vitalidad en el simple pero contundente coro que emana tal composición. Subsiguientemente lo que muchos aguardaban por la historia que acarreaba, la primera canción del repertorio desde la seminal banda donde Ozzy dio sus primeros pasos: Black Sabbath. Dicho esto, la densidad se apoderó del Simón Bolívar con la indeleble pesadez que erigen aquellos riffs monolíticos junto a un Ozzy cantando por la misma senda arenosa que recorría con las almas negras de Birmingham. Sublime.



Los años de experiencia sobre las tablas le otorgan a nuestro ídolo la virtud de vendernos instantáneamente su circo musical. Tal entusiasmo y carisma permitieron que hasta el ubicado al fondo del parque sintiera que Osbourne estaba allí para hacerle vivir la mejor noche de rock and roll de su vida. De eso precisamente se trata el entretenimiento, dejar las vicisitudes personales a un lado de la página para darse por entero a quienes pagan por tu arte. La otrora polémica “Suicide Solution” mantuvo el vigor en la audiencia, donde se podían contar desde personajes muy jóvenes hasta quienes las canas les prescribían su paso por la vida. La preciosa “Road to Nowhere” deleitó con su suave melodía, denotándose el excelso solo de guitarra y los miles de brazos meciéndose en un marco inolvidable. A continuación arribó otro gran momento sabbathico en la jornada, la esencial “War Pigs”. El desempeño de Ozzy y sus escuderos les permite alzarse incólumes en el desafío de recrear una pieza tan primordial y vigente para el heavy metal. Impagable.



Los clásicos del príncipe continuaban embelesando los oídos. “Shot In The Dark”, una estupenda canción de los “convulsionados” años ochenta nos rememoró con creces aquella etapa que lo estableció como uno de los solistas definitivos del rock fuerte. Ahora un lapso para que Osbourne tomase nuevo aliento mientras sus chicos ejecutaban con un sinnúmero de virguerías “Rat Salad” de Black Sabbath. Llegó el instante de validar la contratación para el juvenil Gus G, saliendo muy bien parado en aquella digitación sobre la guitarra llevada al límite. Sin embargo es imposible no compararlo con su predecesor, el blondo bebedor de cerveza Zakk Wylde que a esta altura del show otorgaba hasta 15 minutos de talento mientras las mandíbulas desencajadas de los testigos caían al suelo. Lo siento Ozzy, ni tres Gus G versionando “La Camisa Negra” le hacen sombra a Wylde tanto en lo musical como en su imponencia escénica.

El baterista Tommy Clufetos a su vez tuvo sus minutos de gloria. Siempre llevando el brazo a lo alto para descargar un punch concebido para parpadear asiduamente. Con credenciales para emblemáticos como Ted Nugent, Alice Cooper o Rob Zombie conoce a rajatabla el oficio y las pantallas en la explanada nos exhibieron sus capacidades a manera de videoclip. Una producción de lujo en todos los aspectos. Ese martillar de los tambores dio pie a la infaltable “Iron Man”, donde Ozzy demandaba con sus trillados “I Can´t Hear You…” toda la energía de la audiencia. “I Don´t Want to Change the World” gozó de ese feeling que la hace tan encantadora, pura armonía y diversión para un excepcional sábado por la noche. Pero si de un loco estamos hablando, era la ocasión precisa para que él encendiese la locomotora y ya todos embriagados de alegría abordáramos el sensacional “Crazy Train”.



Hubo retirada de los protagonistas y el tradicional coro “Ozzy…Ozzy” exigiendo que el show se estirara un tanto. Con sonrisa macabra el madman reapareció para despacharse la siempre bella “Mama, I´m Coming Home”, aquello colmó los corazones de nostalgia; algunas lagrimas incluso se vieron entre los más sensibles mientras los más ortodoxos empuñaron en alto el encendedor. Llegaba la hora de la despedida y no podía ser de otra forma que con “Paranoid”, el inmortal himno de Sabbath. Ozzy se divertía como niño sacando el aire de los pulmones de todos los presentes con sus gritos cuando él lo ordenaba. Era un final predecible, pero de antología. La venia final marcó otro punto alto en la historia de los conciertos de rock, estuvimos presentes para constatar semejante hito y no queda más que celebrar por ello.



Si existían dudas sobre las capacidades de Ozzy en tarima (que no mentales) resultaron disipadas por completo. Con 62 años a cuestas, el mandamás de las penumbras sacudió Colombia con su pletórica garganta y sus maravillosas canciones. De hecho fue osado al sentenciar que regresaría por estos lares en un futuro no muy lejano. Cuando quien suscribe comenzó a escuchar su música hace 20 años jamás hubiera apostado que vendría ni una sola vez a esta ciudad, hoy sin embargo, ante tamaña muestra de vitalidad me la juego a ojo cerrado a que retorna con gloria. Total es el padre del metal y como bien se sabe, padre solo hay uno.

Alejandro Bonilla Carvajal

Ver vídeo de la presentación de Ozzy en Colombia en -> http://youtu.be/iwHvoaenowo

Más fotos del concierto de Ozzy en: http://www.rockombia.org/galeria/ozzy-osbourne-en-colombia-2011